Los niños podrían tener menos probabilidades de contraer y transmitir el nuevo coronavirus. No obstante, existen múltiples efectos subsecuentes que los han acompañado durante esta pandemia que nos obligan a reevaluar las estrategias hasta ahora empleadas y considerar un pronto regreso a clases.
La infección por el nuevo Coronavirus (COVID-19) ha sido considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una emergencia en salud pública de importancia internacional. Apareció en diciembre de 2019 en Wuhan, capital de la provincia de Hubei de China central y desde esta fecha se expandió a toda China y de allí a los cinco continentes, convirtiéndose en una pandemia, con una importante carga para el sistema de salud y la economía global. En Colombia se confirmó el primer caso el 6 de marzo de 2020 y a la fecha se han confirmado más de 1.2 millones de casos con cerca de 35 mil muertes.
Los coronavirus son una familia de virus ARN (ácido ribonucleico), zoonóticos con envoltura que puede mutar y recombinarse rápidamente, dando lugar a nuevos virus que pueden propagarse de animales a humanos.
Hasta el momento, en Colombia se han presentado 1.182.697 casos confirmados de los cuales el 7.6% (89.522) corresponden a niños menores de 18 años, donde el 16.9% han sido asintomáticos y el 83.1% sintomáticos. El 94% de estos últimos han sido tratados en casa.
Los niños representan del 1 al 5% de los casos de COVID-19 diagnosticados en el mundo, con una edad media de infección de 6.7 años. La mayoría de los niños infectados pueden ser asintomáticos, por lo tanto, no se les diagnostica sin un tamizaje poblacional. Es probable que la mayoría de los niños infectados sean casos secundarios y hayan adquirido la infección después de la exposición a un adulto COVID-19 positivo. Las manifestaciones clínicas, la progresión de la enfermedad y el resultado en ellos, parecen ser significativamente más leves en comparación con las personas mayores. Se ha observado que las manifestaciones se limitan predominantemente al tracto respiratorio superior y rara vez requieren hospitalización. En los niños la fiebre puede estar presente hasta en el 40% de los casos.
En una revisión sistemática se encontró que el 76% de los niños adquirieron la infección en el ámbito familiar, el hisopado nasofaríngeo fue positivo en el 85% de los casos y se detectó excreción viral fecal en el 21% de éstos. De los hospitalizados solo el 3.3% requirieron cuidados intensivos. De los niños que requirieron hospitalización el 35% tenían enfermedades de base como inmunosupresión, enfermedades respiratorias y cardiovasculares crónicas, así como malformaciones congénitas complejas.
Los síntomas más comunes en niños son: fiebre (60%), tos (55%); secreción y congestión nasal (20%); dolores osteomusculares y fatiga (18%); dolor de garganta (18%) y dificultad respiratoria (12%). Menos comunes: dolor abdominal, diarrea, náuseas, vómito, mareo, dolor de cabeza y brote en la piel. Es de anotar que hasta el 20% de los niños pueden ser asintomáticos.
La creciente necesidad de reapertura de escuelas y jardines radica en disminuir los efectos adversos asociados al cierre de las mismas que incluyen: la falta de educación de calidad, el aumento de la violencia intrafamiliar y la ansiedad en los niños. Las escuelas y los programas apoyados por estas últimas son fundamentales para el desarrollo y el bienestar de los niños y adolescentes, pues no solo brindan instrucción académica, sino que también son importantes en el desarrollo de habilidades sociales y emocionales. A su vez, proporcionan en muchos casos, una nutrición confiable, garantizan lugares seguros para los niños y adolescentes mientras sus padres o tutores trabajan, soportando igualmente la economía local.
Se recomienda el distanciamiento, uso de máscara y lavado de manos principalmente en los mayores de 10 años y adolescentes, puesto que se ha demostrado que éstos pueden transmitir la infección en comparación con los niños pequeños. Ninguna acción preventiva eliminará por completo el riesgo de transmisión del SARS-CoV-2, pero la implementación de varias intervenciones coordinadas puede reducir en gran medida ese riesgo. Por ejemplo, cuando no se pueda mantener la distancia física, los estudiantes (mayores de 2 años) y el personal deben usar máscaras (a menos que las condiciones médicas o de desarrollo prohíban su uso).
El distanciamiento físico es fundamental para reducir el riesgo de propagación del SARS-CoV-2, ya que el modo principal de transmisión es a través de gotas o aerosoles respiratorios de personas cercanas.