Por otra parte, la evidencia sugiere que en los pacientes con COVID-19 se presenta un alto compromiso del estado de conciencia y convulsiones, especialmente en pacientes hospitalizados en unidades de cuidados intensivos que se encuentran bajo sedación/relajación, en soporte ventilatorio mecánico, situaciones donde la comunicación está altamente limitada. Lo anterior alerta al personal de salud hacia una evaluación oportuna y rápida, incluso por medio de apoyos diagnósticos como el electroencefalograma o la videotelemetría.
Si bien con frecuencia la infección por el nuevo coronavirus se presenta con debilidad muscular severa y fatiga, es posible que, en pacientes infectados y previamente diagnosticados con la enfermedad de miastenia gravis - reconocida por su carácter autoinmune (autoanticuerpos contra receptores de la unión neuromuscular de acetilcolina) y la similitud con los antígenos del virus SARS-CoV-2 - esta infección sea el desencadenante principal, por ejemplo, de una crisis miasténica en quienes se ha observado un mayor compromiso respiratorio y bulbar. Lo anteriormente planteado se ha descrito en enfermedades autoinmunes postinfecciosas como el síndrome de Guillain-Barré, sin embargo, aún no se ha demostrado que ocurra de esta manera en la miastenia gravis.
Hay que mencionar, además, la más reciente patología neurológica asociada a pacientes jóvenes fallecidos por COVID-19. Se trata de aquellos pacientes que, en el curso de la enfermedad, desarrollaron llamativamente un cuadro de parkinsonismo y en los que neuropatológicamente se evidenció la activación microglial e invasión de células T citotóxicas a nivel del tallo cerebral, mecanismos neuroinflamatorios previamente descritos en la enfermedad de Parkinson. Cabe señalar que, en estos pacientes, la edad de presentación de los síntomas motores característicos de la enfermedad fue más temprana, con un curso más acelerado y sin signos prodrómicos propios de la enfermedad de Parkinson. Ahora, aunque no fue posible explicar la rápida aparición de parkinsonismo en estos pacientes, serán los estudios a largo plazo los que permitan evaluar si en verdad existe o no una relación causal entre el virus y los trastornos neurodegenerativos como el de la enfermedad de Parkinson.
Por último, datos previos de pandemias demostraron que la familia de coronavirus tenía un potencial efecto inductor de lesiones desmielinizantes de tipo citopático en los oligodendrocitos que podría explicar el empeoramiento transitorio y/o recaídas de síntomas neurológicos en enfermedades como la esclerosis múltiple y la neuromielitis óptica, por mencionar algunas en el contexto actual por el virus SARS-CoV-2. De este modo, se ha propuesto, teniendo en cuenta la relación de riesgo/beneficio, el empleo de corticosteroides para mediar el daño inmunopatológico del virus.
Lo que es cierto es que la COVID-19 es una infección altamente contagiosa, razón por la se convirtió en una pandemia en tan corto tiempo. Los pacientes con esta enfermedad pueden tener síntomas neurológicos como primera manifestación y presentar cuadros más severos de peor desenlace. Aunque es pronto para determinar el impacto real de la enfermedad en los sobrevivientes, como déficits neurocognitivos residuales a largo plazo o lo que en la literatura se ha denominado el segundo tsunami de la pandemia por SARS-CoV-2, la evidencia continuará desarrollándose y el personal de salud que participe en la atención y cuidado de pacientes con COVID-19 deberá continuar monitoreando de cerca y detectar de manera temprana las enfermedades neurológicas.
Médico neurólogo. Fundación Cardiovascular de Colombia.